Si ya pasaste los 40, probablemente debés haber escuchado algunos cuentos como el de La Cenicienta o El Patito feo. ¿Te acordás? – La Cenicienta, una adolescente que, con gran sufrimiento y pesar, aceptaba las instrucciones de una madrastra autoritaria y déspota, hasta que fue salvada por un príncipe azul. O el Patito feo, aislado y excluido de la única familia que había conocido, sólo por ser diferente.

¿Será la influencia de aquella literatura infantil la que nos dejó el legado del CALLAR a varias generaciones?

Cuando callamos NO hacemos silencio. Al callar, simplemente NO expresamos aquello que pensamos en nuestra diálogo interno. Callamos nuestra voz pero no callamos nuestros pensamientos. Eso que no se dice, eso de lo que no se habla, eso que todos saben pero que nadie se atreve a debatir. Esos son los CALLARES.  Y el callar tiene un alto impacto tanto para nosotros como para el sistema en el que nos encontramos. Hay callares en las familias, en las organizaciones, en los equipos de trabajo, entre amigos.

Es importante entender que cuando decidimos callar, también estamos optando por vivir en incoherencia. Y este dilema tiene forma de lucha interna entre lo que pensamos y sentimos y lo que finalmente decimos.

Y aún peor, ¿Sabés cuáles son algunas de las consecuencias del callar?

Para el individuo: el cuerpo manifiesta esa incoherencia y responde cuan mecanismo de defensa. Al callar, nuestro cuerpo pide a gritos que hablemos. Y cuando no lo hacemos, el cuerpo enferma. Un ejemplo de esto lo podemos observar en el alto nivel de ausentismo que se presenta en algunas organizaciones. Las personas callan, se desmotivan, y con el tiempo comienzan las licencias médicas. Así, las organizaciones se desviven por diseñar nuevos paquetes de beneficios para mantener al staff motivado u organizar jornadas de integración, de creatividad, solidarias, etc etc-. Si sólo entendieran que es más fácil comenzar por CONVERSAR sobre los INCONVERSABLES, todo sería mucho más ecológico y efectivo para todos.

En otros casos, el callar provoca resentimiento, resignación, rutinas defensivas, queja, victimización, actitudes y comportamientos agresivos, sólo para mencionar algunos.

Entonces, ¿Por qué callamos?

Por miedo a la exclusión, al aislamiento, por miedo a ser rechazados por nuestro propio clan. En el pasado, el hombre primitivo podía sobrevivir sólo en convivencia con otros hombres. De lo contrario, el riesgo era ser devorado por depredadores al acecho. Pertenecer a un clan era cuestión de supervivencia, ser parte de una tribu era la única forma de asegurar la continuidad de la existencia humana.

En tiempos modernos, y sin depredadores al acecho (o al menos, depredadores diferentes!), las personas callamos porque evaluamos que las consecuencias de nuestro hablar podrían ser peores que callar. Por temor a perder el trabajo, por miedo a ser excluidos de la familia, o no ser aceptados socialmente. Vivimos con la falsa ilusión de que, si CALLAMOS, seguiremos PERTENENCIENDO. Sin embargo, ¿CUÁL ES EL COSTO QUE PAGAMOS POR CALLAR?

Si hoy mismo pudiera Coachear a la Cenicienta le preguntaría: ¿Quién sos cuando callás? ¿Qué estás evitando al callar? ¿Qué podría pasar si hablaras? ¿Qué querés decir?

Y siguiendo en la misma línea, lo invitaría al Patito feo a hacer un Coaching de equipo, y le preguntaría, ¿En qué lugar te estás poniendo al callar lo que sentís? ¿En qué lugar los ponés a los otros? ¿Cómo sería tu vida si dijeras lo que pensás? ¿Qué conversaciones estás necesitando tener hoy y con quién?

Y colorín colorado….El callar ha sido desafiado!!!

Vero Costa